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El precio de las creencias limitantes o la Historia de Doña Rosita



Erase una vez una ancianita de cabellos blancos, moño apretado, largos ropajes negros, toquilla tejida en las largas noches de insomnio y sonrisa tímida y dulce como sólo una ancianita sabe emitir.
Nuestra ancianita la señora Rosa a la que comúnmente los vecinos del barrio siempre habían llamado Doña Rosita, vivía con su viejo gato de nombre Don Tomás y ambos compartían un secreto secretísimo, al que nadie nunca, nunca, jamás habían contado, y es que Doña Rosa vivía en un quinto piso y padecía de vértigo, por eso, nunca se asomaba a las ventanas, y cuando abría para ventilar lo hacía con la persiana prácticamente bajada.

Un día los vecinitos de abajo, en un terrible despiste de sus padres volcaron la vieja estufa eléctrica sobre la alfombra. Como eran muy pequeños para cuando sus padres se dieron cuenta las llamas prácticamente cubrían la habitación. El Papá y la mamá no pensaron en sus propias vidas y se lanzaron con mantas húmedas al rescate de sus hijos, y es que el poder del amor no conoce límites ni miedos. Para alegría de todos, pudieron salvarlos y llamaron a los bomberos tan rápido como pusieron un pie en la calle.

Cuando los bomberos llegaron, más de medio edificio estaba ya desalojado, después de tomar las medidas oportunas mientras unos se dirigían al foco del piso cuarto, el resto terminó de desalojar a los vecinos.

Cuando Doña Rosita se dio cuenta de que algo olía a chamusquina y no era el pollo de la cena, las llamas entraban ya por su puerta, y es que el olfato hacía tiempo que ya prácticamente le había abandonado. Algunos de los bomberos al ver que era imposible apagar el incendio o llegar hasta ella para rescatarla, comenzaron a llamarle desde la calle, apoyados por el coro de vecinos que angustiado esperaban que Doña Rosita abriera la ventana. Para estupor de todos, primero vieron como se cerraban las persianas, pero nuestra amiga la ancianita debía haber abierto la ventana, pues a base de gritos   la persiana se abrió de nuevo y consiguieron ver que el gato, raudo, se colocaba en el alfeizar.

Señora Rosa- le gritaba el jefe de bomberos por el altavoz,- no se puede acceder por la escalera, no se preocupe, tenemos una gran colchoneta que amortiguará su salto colocada bajo su ventana. Toda velocidad es poca señora las llamas ya deben estar invadiendo su casa.

Doña Rosita supo que no merecía la pena ni intentarlo, padecía vértigo, de siempre, desde que los primeros recuerdos infantiles se agolpaban en su vieja cabeza. Se atusó el moño y emitió un leve quejido, que pretendió ser grito y que seguramente nadie pudo escuchar, pero que por cosas de la vida, debió ser interpretado por los de abajo. En menos de cinco minutos, una escalera mecánica había ido aproximándose hasta el alfeizar de la ventana.

-Don Tomás está a salvo- suspiro agradecida. Entonces le vio. Un joven Bombero aparecía con su gato bajo un brazo y extendiéndole la mano la exhortaba a que se la tomara. Apenas les distanciaban treinta centímetros.

Cerró los ojos e intentó mover un pie, o una mano, o algo en su rígido cuerpo por si un milagro era posible y conseguía soltarse o no escuchar a ese miedo atroz que le gritaba una y otra vez:- ¿A dónde vas vieja?, ¿tienes vértigo, vas a lanzarte al aire? Entonces se le llenaron las pestañas de dudas, crecieron como telarañas, largo hijo de Ariadna  enredado a sus zapatos.

Fue incapaz de dar un paso, y después, el fuego lo consumió todo, mientras el bombero aún con la mano extendida palmoteaba el aire como si aún fuera posible asirla de las manos.



Las creencias limitantes nos impiden muchas experiencias en la vida, nos limitan de tal forma que no sólo no nos dejan evolucionar como personas o probar cosas que podrían gustarnos sino que en casos pueden llevarnos hasta negarnos la posibilidad de salvar nuestra vida o la de otro, o al menos intentarlo. La buena noticia es que se puede trabajar sobre ellas y eliminarlas pero para ello debemos primero reconocerlas, ser conscientes de que nos limitan y ser lo suficientemente osados para responsabilizarnos de ellas cambiándolas.

Y tú, ¿sabes cuales son las creencias limitantes que restan tu vida?




Ihintza H de L 


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te puedo ayudar?
le voy a pedir al sol que nos preste un rayito para dar un poco de calorcito
Querrás ayudarme con el hechizo? soy un hada novata y mi varita todavía no sé manejarla bien :o)

Ihintza H de L dijo...

Gracias mi hadita guapa. Yo se que manejas muy bien esa varita, espero pronto volver a agitarlas juntas llenado muchos corazones de magia.